Sueños insistentes

La semana recién pasada, estando acompañando a mi madre, a un atención del otorrino, en el Hospital San José, recibí una llamada de mi amiga Isabel. Supe enseguida que algo serio pasaba, ella no es mucho de llamar por teléfono, menos durante la mañana, ya que está trabajando. Era para informarme que había fallecido el padre de un pololo que tuve cuando tenía 19 años, que era de Til Til, compañero de colegio de su hermano Fernando.

Resulta que cuando estuve para la celebración del aniversario de sus padres en Til Til, le conté que llevaba días soñando con mi ex pololo y también veía a Fernando, hermano de Isabel, en el sueño. Fernando falleció en el año 1999. Los sueños se repitieron durante días, muy extraños y me dejaban con una extraña sensación, me preocupaba, porque cuando sueño con personas que no veo, es porque les pasa algo grave o han fallecido o fallecen en los próximos días. Ella me comentó ese día con gran sorpresa, que justo se había enterado el día anterior, que mi ex pololo, “Pepito” estaba hospitalizado de gravedad, pero que no tenía mayores detalles. Pepito está viviendo en Isla de Maipo, desde más o menos que se casó, luego se separó y desde entonces, va y viene entre Til Til y la Isla de Maipo. Me sorprendió pero a la vez, lo relacioné inmediatamente con mis sueños. El asunto es que no dejé de soñar cosas extrañas, donde veía a toda la familia de mi amiga, y que estaban todos las personas que me interesan, mis amigos, y amigas del colegio, a las que yo no había podido avisar, pero que estaban presentes. En el sueño yo me iba a casar, y estaba feliz, veía a mi novio, (guapo y joven) y ambos estábamos felices de poder casarnos. La ceremonia sufría un problema porque un grupo de personas, lo impedían, pero nos ibamos todos a otra parte para celebrar el matrimonio.

Acortando el relato, resulta que esa noticia me afectó. Comencé a pensar en cómo se sentiría Pepito, la pena que esto le ocasionaría. Su padre estaba viviendo en Los Angeles hace unos años, y no sabía si todavía se encontraría hospitalizado, si podría viajar a despedir a su padre. Pensaba en los otros dos hermanos, la hermana estudió Prevención de riesgos y en eso trabaja, el hermano menor, que era muy parecido a él, no sé que rumbo tomó. Resulta que todo esto me llevó a darle vueltas en la cabeza mucho al hecho. A cuestionarme porque yo soñaba esto y si tendría realmente conexión con lo sucedido.

Eso después me llevó a recordar que no lograba ubicar el acceso a su casa, cuando paso por el camino a Til Til. Su casa está en el sector de El Sauce, y ahora eso ha sufrido cambios. Entonces recordé que por Google Maps, se puede ver todo. Hice el recorrido virtualmente y logré en parte, dar con el sector. Luego continué recorriendo los nuevos caminos y los sectores que yo recorrí en mi juventud, en compañía de mis amigos en Til Til. Todo eso desencadenó muchos recuerdos guardados, el dolor que sentí cuando Pepito, termina conmigo, sentados en una banca de la Plaza. La baja autoestima que sufrí por eso. El me dejó, porque tenía a una niña embarazada y finalmente se casa con ella. Eso lo supe poco tiempo después, por otra persona.

Es algo que no se debe hacer, retroceder hacia el pasado, algo que tengo muy claro, pero sin darme cuenta, me vi recorriendo mentalmente muchas cosas, no solo los caminos de Til Til.

Reviví las fiestas, los paseos, las comidas, las onces, etc. Luego el accidente de Fernando, el impacto que eso me provocó en ese momento. En fin, tantas penas, también alegrías, pero volví a desencadenar el sentimiento de rechazo hacia mi. Él para mi fue muy importante, sin embargo, tengo claro que no fui lo mismo para él.

Porque se me avisaba en sueños, que algo malo le sucedería o algo doloroso en verdad. Que estaba pasando por un momento tan negativo, como estar enfermo y hospitalizado, sumando el hecho de la muerte de su padre. Su madre, a quien él estaba muy unido, falleció hace algunos años.

Me undí, me sentí agotada, tanto física como mentalmente, no quería hacer nada, todo era un esfuerzo inmenso. Solo quería estar metida en mi pieza, viendo tv y/o tejiendo. Tuve que analizarme, ver qué me tenía en ese estado y logré darme cuenta, que fue “revivir” un dolor. Algo que creía superado, pero que traje nuevamente a mi mente, y por ende, a mi cuerpo. Los dolores en las caderas se intensificaron durante esos días, sobretodo durante el sueño.

Al parecer, es cierto que la Fibromialgia, no se va del todo, como yo afirmo. Las penas se terminan somatizando, y eso es lo que yo hago. Lo positivo de todo, es que logro darme cuenta, y corto el sentimiento. Me obligo a volver a mi realidad y mejorar.

Sigo cansada, con sensación de mareo y agotamiento, no sé si es falta de agua, falta de alimentación, o la abrupta forma de dejar el medicamento para dormir. Porque cuando comencé con la sensación de mareo, investigué si podía ser un efecto secundario del medicamento. Y efectivamente, era una posibilidad, por ende, lo suspendí. La sensación de mareo no desaparece, junto a sentirme débil, nerviosa de la nada, sin causa alguna. Hoy, leí que todo lo anterior, puede ser por dejar justamente sin gradualidad alguna, dejar de tomar el medicamento.

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La familia no sanguínea, ésa familia que escogemos

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Contrario a lo que se espera por la mayoría de las personas, uno mantiene contacto frecuente con la familia. Hoy con tantos medios de comunicación, es mucho más fácil, y podemos hasta vernos, simular una reunión familiar estando a kilómetros de distancia. En mi caso, no es lo frecuente, mi familia siempre ha estado lejos. La única hermana que le queda a mi madre, vivió por 18 años en Rapa Nui. Hace un año se vino al continente y hemos retomado el contacto, lo que me ha hecho muy feliz, por que descubrí que con mi tía Ana tenemos muchas similitudes, intereses, creencias, pensamientos.

Por otro lado, tengo una familia no sanguínea, con la generé ese lazo en los años de mis estudios de enseñanza media. Fue la familia de apoyo con la que me sentía protegida, querida, y muy bien recibida siempre. Con ellos aprendí a conocer como eran las familias con padre y madre, las familias con varios hermanos, donde las bromas y travesuras eran naturales, donde el apoyo mutuo era constante, donde los padres eran estrictos pero amorosos.

A modo de resumen, con esa familia me siento como en mi casa, amo el lugar donde viven, amo el paisaje que les rodea, amo los inumerables caminos que llevan a los diferentes pueblos y poblaciones, amo ese río que hoy yace seco y que otrora fuera de un caudal abundante y constante, donde su ruido podía escucharlo desde mi cama antes de dormirme.

Este fin de semana, estuve en una celebración familiar a la que fui invitada. Fue como antes, como antes de casarme, cuando me iba para allá (hablo de Til Til), debía preparar mi ropa para llevar, y la ropa con la que me vestiría para irme. La diferencia estaba en los horarios de los buses, que ahora desconocía, Antes había una frecuencia de 30 minutos en las salidas, entonces no era una preocupación, solo era cosa de llegar al terminal. Además, me quedaba muy cerca, salían desde la calle Av. La Paz. He regresado muchas veces a verlos, pero no me había tocado irme en bus.

Volver a ver a la familia de Quillota, fue tan lindo, me hizo recordar muchas cosas vividas, lindas y no tanto. Los hechos te marcan siempre, y tenemos un pasado en común con todos ellos.

La festividad se trataba de un almuerzo familiar, el matrimonio cumplía 59 años, por lo tanto el grupo fue muy acotado, solo la familia más cercana. Me honraron con considerarme nuevamente como tal. De todos modos, así me siento siempre. Llegó la familia de Quillota, el profesor Patricio González con su nieta de 12 años, los hijos, los nietos, y los bisnietos. El más pequeñito, de solo 5 meses.

Fue un momento tan feliz para mi, me preguntaban por mi vida, como había estado durante todo este tiempo sin vernos. Claro eso no resulta extraño, las personas siempre preguntan eso cuando pasa tiempo sin ver a alguien, pero en el fondo no siempre hay un real interés en saber qué ha pasado. Esta vez, me sentí muy escuchada, y a la vez, agradecían conmigo lo bendecida que he sido con mi trabajo. El poder trabajar durante la pandemia, y ahora poder hacerlo a distancia. Se alegraron de que no hubiese perdido el trabajo, que pudiera seguir trabajando en un momento tan complicado para todo el planeta. Por cosas como esa, es que yo siempre digo que “Dios me quiere mucho”.

La conversación con el profesor, que fue profesor de mis amigos, Alén e Isabel, y a raíz de eso nació la amistad de la familia con él y su familia. El profesor sufrió la pérdida de su señora, (Inés) hace relativamente poco, unos dos años, fue una conversación muy entretenida, interesante y profunda, le conversé cosas que generalmente no llego y cuento a nadie, sin embargo, con él sentí la confianza necesaria, me sentí cómoda, que mis palabras y relato no sería visto como algo raro y que me comprendería bien. Se me pasó la hora demasiado rápido.

Agradecida de mi amigo Alén, agradecida del universo, por darme estos regalitos. Hoy vivo más ailada de todo, de los amigos, y sobretodo, de los no tanto. Me he vuelto más sedentaria que nunca, y aunque tengo clarísimo que debo hacer ejercicio, es algo que se mantiene pendiente.

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Aún recuerdo que olvido

Hace más o menos 10 años que vengo notando que tengo pequeños olvidos, son por un momento, cuando alguien mencionado algo y yo no recuerdo, pero luego, al pasar los minutos ese recuerdo se hace presente. En un comienzo lo atribuí a mi hipotiroidismo, pues esa fue la respuesta que me daban los médicos, ante mi consulta. Esto ha sido reiterativo, y comencé a preocuparme, el fantasma del Alzheimer siempre está presente, quise saber y asegurarme que esto sucede por el mal funcionamiento de mi tiroides. Sumado al problema para conciliar el sueño y permanecer dormida por más de tres o cuatro horas, que también se le atribuye a la tiroides.

Ambos síntomas me preocupan, por lo tanto fui al neurólogo, luego de la segunda consulta con un especialista, esta doctora me habla y menciona la palabra “apnea”. Todo parece indicar que tienes apnea del sueño, y puede ser apnea obstructiva. Por supuesto, me da la orden para la Polsomnigafía correspondiente, me receta un medicamento para dormir y sustituir la Zoplicona de la cual tomo media pastilla, cada noche. Me informa todo lo dañina que es y me confirma que no debía tomarla nunca más.

Todo esto me ha llevado a realizarme un análisis, a pensar qué me ha llevado a todo esto, así es que recurro una vez más, a la Biodescodificación. En ella me veo reflejada una vez más. Cada vez que consulto, me sorprende lo certera que puede ser. En estos estudios se atribuye a la apnea del sueño, al sentimiento de poca utilidad que una puede sentir, a sentirse indefensa, a peligros para los cuales no podré defenderme. Todo esto lo relaciono inmediatamente con mi temor a ser despedida y quedarme sin trabajo, sin ingresos para sostener mi familia. Por mi edad, es poco probable que pueda emplearme nuevamente relativamente pronto. Es algo que me da vueltas en la cabeza, hace mucho tiempo. Pienso en alternativas, para generar un segundo ingreso o para tener con qué mantenerme una vez que me vea obligada a jubilar constantemente. El schock emocional que viví hace unas semanas al pensar que estaban pensando en despedirme, fue bien fuerte.

Por otro lado, estoy leyendo un libro maravilloso “El Libro de Oro” de Saint Germain, que ha resultado increíble en el apoyo justamente de lo último que les cuento, el día que pensé que me iban a despedir, me aferré a las instrucciones que éste libro entrega, para superar los incovenientes que uno sienta cerca. Siento que fue tan certero, que lamento tanto no haber leído este libro hace 40 años. Así es que mis planes son seguir en el estudio de este libro, más a fondo. Lo leo en los ratos libres en la oficina, y lo voy escuchando en el trayecto desde mi casa al trabajo y viceversa. Lo recomiendo a todas las personas.

Este libro se lo mencioné a mi tía Ana, con quien comparto este tipo de inquietudes literarias y que me comprende bien en este tema. Le regalé una copia impresa y lo está leyendo en la medida que puede, a pesar de los problemas a su vista. También le puse la alternativa en su celular, para que pueda escucharlo, si no puede leerlo, ya que está maravillada también con su lectura y quiere avanzar lo más posible.

Trataré de dejar de tomar el medicamento para dormir y trabajar en mis temores, que son los que me han llevado a sufrir este trastorno del sueño. Creo que es la solución más sana y definitiva. El problema es que no es nada sencillo. Carezco de conocimiento para sacar esos sentimientos de mis pensamientos, de cómo cambiar mis percepciones. Habrá que leer bastante.

He pensado en ayudarme escribiendo las cosas que me suceden a diario, para ayudarme a no olvidarlas, pero eso también es complicado de hacer, requiere dedicar tiempo al fin del día, o tener la rutina de llevar una especie de bitácora. Estas cosas una jamás imagina que algún día estarán tan cerca de pasar y que serán parte de nuestra vida. El gran temor a olvidar, a no acordarte de hechos vividos con tu familia, con tus amigos, a olvidarte de ellos y hasta de mi misma, está aquí a mi lado hoy.

En el fondo creo que siempre tenido la noción de que olvido, y por lo mismo he escrito a lo largo de mi vida. Comencé haciéndolo como un juego, cuando aun no conocía las letras y hacía rayas en círculo imitando palabras, en un cuaderno. Luego, en la adolescencia, sintiéndome tan sola, decidí comenzar a escribir las cosas que me pasaban y que sentía.

Cuando comencé este blog, lo hice para no perder lo que iba escribiendo y también para que me sirviera de registro de mi pasado. Ya sentía que olvidaba los sentimientos y que cosas me los habían provocado. Siempre pensé o quise pensar, que tenía memoria selectiva y olvidaba lo no importante para mi, pero tal vez, ha sido mi cerebro que siempre ha fallado y no es capaz de conservar todo lo que vivo. Creo que algún daño cerebral debe haber, un daño neurológico, porque tengo otro problema de salud, que también se puede asociar a eso. Si los médicos lo descubren, lo escribiré acá. Por ahora es algo que está en estudio y tomará un tiempo para que me vea el especialista respectivo.

Aún recuerdo que olvido. ¿Llegará el día en que no lo haga?

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Árbol genealógico

El origen de nuestra familia siempre resulta importante para la mayoría de las personas, es por eso que en la búsqueda aleatoria que hice hace un tiempo, con el nombre de mi tío en internet, es que llegué a la página de los “mormones” como les decimos en Chile. En realidad su nombre es Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días, bastante extenso el nombre, por lo que optamos siempre por usar, los mormones. Bueno como sabemos, para ellos es muy importante el árbol genealógico y dedican gran parte de su vida a armar el de cada uno de los miembros. Es un asunto personal, cada miembro de esta iglesia, va investigando y formando su árbol genealógico. La importancia para ellos es que si todo marcha bien, podrían llegar al origen de Adán y Eva. Como la tecnología ha llegado a todas partes y en todos los ámbitos, entonces hicieron una página web que se dedica a esa búsqueda y en apoyo de quienes busquen su origen.

Al introducir el nombre de mi tío Arturo, quien ya falleció, me llevó al registro en esa página. Encontré con eso un mundo fascinante, me dediqué a agregar a los miembros de la familia, es decir, los otros hermanos de él, entre ellos a mi madre, a mis primos, a mis hijos, etc.

Con el tiempo, se ha ido armando un poco más completo, porque tiene la particularidad, que se puede indexar con los datos que otras personas ingresan, y hace unos días me llegó un correo donde se me informaba que alguien había agregado a otro miembro de mi familia, se trataba del abuelo de mi madre, es decir, mi tatarabuelo, Don Eugolio, el padre de mi abuela. Con esto he descubierto que al parecer él nació en Malloco, Peñaflor. También están los nombres de otros miembros de la familia.

Hace un tiempo atrás, le comenté a mi primo Hernán, hijo de mi tía Ana, que existían estos registros, que sería una buena fuente, estimo yo, de información que él requiere para demostrar que nuestro abuelo fue español, de modo de conseguir la doble nacionalidad. Lamentablemente no consideró mucho mi comentario. Pero insistí, cuando veo aparecer más miembros de la familia, personas que nacieron en el siglo 19. Esta vez se lo comenté nuevamente, en presencia de mi tía, y le mostré la página y los registros de la familia que aparecen. También se sorprendió gratamente.

Creo que estos datos servirán para agregarlos a mi historia, la que he comenzado a escribir y la que he dejado de lado momentáneamente, motivada por hacer otras cosas.

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Reunión familiar, poco frecuente

Ayer domingo tuvimos oportunidad de ir a la celebración de cumpleaños de mi tía Ana, quien cumple hoy, 96 años. Hace como 20 años que no visitaba la casa donde fue la celebración, ubicada en la comuna de Estación Central, que ahora es la casa de los nietos, ya que mi tía le vendió la casa a su padre, apodado “Mochi” (desconozco su nombre real). Esa era su casa cuando estuvo viviendo en Santiago, una casa antigua de las que se construyeron con las habitaciones alineadas y todas dando al patio que va paralelo a las habitaciones. Casas muy extrañas que resulta muy incómodas de habitar, porque no hay resguardo para el frío al transitarlas. La ida al baño significa salir a la intemperie obligatoriamente, y si el clima está frío y lluvioso es peor.

Las últimas celebraciones que tuvimos en esa casa, fueron de Año Nuevo y para el cumpleaños de la hija mayor de mi prima Claudia, Camila, que hoy tiene dos hijas y que también asistieron a la celebración de ayer.

De la familia, estaban presentes tres de los nietos de mi tía, Camila, Iaco y Mael, estos últimos hijos de “Mochi”, su bisnieta Flor, hija de Mael, su menor Hernán con dos de sus hijos, Matías y Gaspar, su hermana menor, Rosa (mi madre) y mi hija y yo. También estaba su nuera, Steffania la madre de Flor. Una tía del marido de Camila, una señora muy agradable y con quién coincidíamos en varias cosas.

Hernán hizo notar el detalle de el tiempo que había pasado desde la última vez, que había estado reunida la familia en esa casa. En ese momento pensé en unos 20 años, pero creo que fue bastante más. A mi en particular, me resultó extraña la “reunión familiar”, porque no tenemos un lazo fuerte de afecto y unión, pero no por eso, no agradable. Hemos pasado la mayor parte del tiempo de nuestras vidas, separados por grandes distancias. Aunque con las estadías durante octubre y noviembre en la casa de mi tía, les he tomado mucho cariño a Iaco y sobretodo a Mael, es un niño bueno, tierno y muy simpático. De Iaco me gusta, que le gustan las cosas correctas.

Ayer, después que ya estábamos todos reunidos conversando y compartiendo lo que había para servirse. Llegó Mochi, comenzó a saludar a los presentes, pero cuando todos suponíamos se aceercaría a nosotras, mi hija, la señora que estaba a mi lado y a mi, detuvo los saludos y se sentó. Claro que, nadie de la familia, atinó a decir, les presento a… por lo que me queda que pensar que a esta persona, no le interesaba en lo más mínimo tener un gesto de hospitalidad con nosotros. Existen dos posibilidades, es así de mal educado siempre, o se comportó así, para hacernos sentir incómodas. Por mi parte, no me sentí incómoda, por el contrario, estuve muy a gusto todo el tiempo, comí todo el rato, incluso me paré a la cocina a buscar un trocito de queque, que no quería dejar de disfrutar. Por supuesto, que no pretendo regresar a esa casa, si este personaje estará presente. Su actitud, es demostrar que no somos bienvenidas o, mejor dicho, tal vez no soy yo, la bienvenida, jeje y no pienso, darle una segunda oportunidad para hacerse el bacán.

Debo comentar que hace unas semanas, tuve una conversación con Hernán, debido a que estaban dejando a mi tía demasiado seguido al cuidado de mi madre y la familia se estaba desentendiendo. Le hice ver que mi madre, tiene 90 años y no está en condiciones de cuidar a otra persona mayor durante todo el día. Que no me parecía correcta la actitud de avisar con 10 minutos de anticipación que iban a dejar a la casa a la tía. Que mi tía se estaba sintiendo incómoda con algunos tratos que tenían con ella, que aunque yo estaba clara que no tenía ni voz ni voto, en sus actitudes, ni en sus decisiones, yo sentía que debía expresar mi punto de vista. Supongo, y no creo estar muy equivocada, que a pesar, de haber recalcado que no quería interpretaciones erróneas de mis palabras, esto pudo molestar a la familia de mi tía, (nietos y su padre) . Sinceramente, no es algo que me preocupe, porque mi intención fue hacer ver lo incómodo que era para mi tía, sus actos, y, también que no podían disponer de nuestro tiempo, para el cuidado de mi tía, aunque yo lo hago con todo el amor del mundo, el mayor peso se lo lleva mi madre. Disfruto mucho que mi tía esté en la casa, porque siempre la he querido mucho. Además ahora, tenemos cosas en común, como la lectura, y el tipo de libros que leemos, compartimos muchos puntos de vista en el aspecto espiritual. A mi madre también le gusta que su hermana pase tiempo con ella, poder conversar y recordar algunas cosas, aunque mi tía tiene algunos recuerdos bloqueados, a modo de protección creo yo.

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En búsqueda de un establecimiento de Educación Media para mi

Era el año 1979, y se hacía necesario ubicar un lugar donde yo pudiera continuar mis estudios, dado que el colegio donde asistía, solo tenía enseñanza básica y yo cursaba el último año, es decir, octavo básico. Tenía excelentes notas en todas las asignaturas, mis profesores, decían que tenía capacidades para estudiar lo que quisiera, sin embargo, que mis preferencias iban inclinadas a las matemáticas. Así es que mi familia, especialmente mi tía, pensaba que lo indicado sería que ingresara a un colegio donde los alumnos también podían cursar un estudio técnico y salir con un título en la mano para enfrentar el mundo laboral muy rápido, eso sería teniendo 17 años, si no repetía ningún año, que era lo lógico en mi caso, ya que era muy buena alumna.

Así es que mi tía comenzó la búsqueda de algún establecimiento cercano o relativamente cercano a nuestra casa. Nosotros vivíamos en la comuna de Recoleta para ese tiempo, en la calle Einstein, como a tres cuadras de la calle Recoleta. Ella dedicó tiempo a recorrer algunas calles, solicitando información a algunos vecinos y yendo personalmente a ver los establecimientos. También algunos establecimientos fueron a mi colegio de educación básica a dar charlas informativas, promoviendo sus instituciones, . Después de varios recorridos y visitas, llegó a uno que se ubicaba en las primeras cuadras de la calle Recoleta, pasó a verlo y a consultar como era el sistema. Le agradó el lugar, el tipo de alumnos que se veía que asistían y las personas que allí la atendieron y le explicaron. Ella por supuesto, se jactó de que su sobrina era una excelente alumna y tenía muy buenas notas, siendo la primera de su curso. Ese día nos conversó del tema a mi y a mi mamá y lo que le había gustado del lugar. Así es que quedamos en que en unos días más iríamos a verlo ambas, para que yo también lo conociera y viera qué me parecía.

Ya quedaba menos para terminar el año escolar y se hacía necesario contar con una matrícula asegurada para el siguiente año. Fuimos a ver el establecimiento que nos había conversado mi tía, a mi y a mi mamá. Se ubicaba al frente del Liceo Valentín Letelier, muy conocido por el sector y con bastante buena reputación en esa época. Cuando bajamos de la micro, y miro a la vereda de enfrente, que era donde ella decía estaba el lugar, me fijo que era grande, se notaba que había dos locales ocupando casi la mitad de la cuadra. Tenía dos entradas diferentes, estaba pintado y muy bien presentada sus fachadas, con letras grandes que lo identificaban como “ICAR”.

Entramos por el local de la derecha de ka cakke, y se veía de inmediato una especie de plaza pequeña con baldosas blancas y rojas, con muchas plantas y bancas donde habían sentadas algunas alumnas conversando. La primera oficina ubicada a la derecha de la entrada, era la recepción y se podía ver escritorios y muebles con documentos y archivadores. La vista desde esa oficina, era primero el jardín tipo plaza, con muchas plantas y bancas, luego de eso, estaban las salas con un muy amplio patio, que terminaba en un muro final, en el que estaba ubicada una imagen de la Virgen María, simulando una pequeña gruta. Luego de un tiempo, supe que esos locales, habían pertenecido a una congregación religiosa de monjas españolas que regresaron a España y le vendieron las instalaciones al dueño del ICAR, don Osvaldo Romo.

Las salas eran muy amplias, con capacidad para más de 40 alumnas. Los dos locales estaban destinados a los cursos separados por géneros, el local “425” era para las niñas, y el local “457” era para los niños. En este lugar cuyo nombre era “Instituto Comercial Avenida Recoleta” se impartían dos carreras técnicas, una era Contabilidad y la otra era Secretariado. Al comienzo de las clases los alumnos en general tenían asignaturas combinadas de ambas carreras, debiendo escoger una de ellas, al ingresar a Tercer año medio. Donde completarían y se especializarían en esa carrera.

Venía de un colegio de solo niñas, por lo que me acomodaba mucho el sistema que tenían. En esos años recuerdo que no sabía bien como comportarme con los niños, había cierto temor, timidez, poca habilidad de relacionarme con personas del otro sexo.

Me gustó el lugar y el sistema, me intimidaba un poco, pero era lógico todo cambio resulta incierto. Llegamos a la casa y conversamos del tema, mi tía pensaba que era el mejor de todos, por la buena presentación de los alumnos, por la infraestructura que tenía, por el sistema que tenía, pensaba que era lo más indicado para mi.

Un detalle importante que tenía, era que había que pagar una mensualidad, y eso también lo hacía ver como tener un estatus mayor. Contaba con sala para aprender dactilografía con una sala inmensa con gran capacidad de alumnos, donde cada uno tendría su propia máquina de escribir manual para aprender. En otro local había una sala más pequeña con máquinas de escribir eléctricas. Tenía también una sala de máquinas sumadoras, donde aprendían y practicaban el uso, los alumnos que tomaban la carrera técnica de Contabilidad. No debemos olvidar que corría el año 1979, y todo eso, era demasiado moderno y avanzado en cuanto a un establecimiento educacional. De hecho fue a poco tiempo, muy cotizado por los padres que buscaban un lugar de calidad y excelencia en la educación. Se le veía casi como a un nivel universitario. No había colegio en Santiago que tuviera tantas instalaciones de tipo técnico en educación media o media técnica. Sus alumnos venían de todas las comunas de la Región Metropolitana, debiendo levantarse muy temprano para llegar a las 08:00 hrs de la mañana.

También contaba con un gimnasio bajo techo para la práctica de educación física, protegiendo a los alumnos del frío o del calor. Tenía baños con duchas con agua caliente. Había una cancha grande, con graderías, el que se podía habilitar para la práctica de cualquier deporte. Contaba con implementos deportivos, tanto para las alumnas como para los alumnos. Tenía gran cantidad de salas en ambos locales, (después supe que eran tres locales en realidad) ya que la matrícula total del alumnado que comprendía dos jornadas, mañana y tarde, llegaba a los 1.200 alumnos.

Por todo lo anteriormente descrito, me convenció el lugar y ya quería comenzar mis clases allí. Acepté que me matricularan y se generaron muchas expectativas en mi familia y en mi. Sin saberlo, estaba dando el punta pié inicial para la mejor de mis etapas estudiantiles. El año 1980, marcaría una gran diferencia en mi.

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Recuperando a mi familia extensa

La hermana de mi madre, Ana, casi siempre ha vivido lejos de nosostros, es decir, en otra región. Sólo durante unos pocos años, estuvo en Cerro Navia y recuerdo que íbamos a pasar el día domingo con su familia. Su marido trabajaba en la Endesa, y estaba asignado a la central que se ubica en la comuna de Cerro Navia. El viaje hacia allá, no era breve, demorábamos alrededor de una hora en llegar, nos íbamos en micro, en ese tiempo vivíamos en Recoleta, y tomábamos la micro en Recoleta esquina Einstein, que atravesaba en su trayecto, por Recoleta, luego Santiago, para cruzar Quinta Normal y tomar rumbo a Cerro Navia, que aún no tenía ese nombre, esa comuna aún era parte de Pudahuel, la central de Endesa, estaba ubicada a un lado del Cerro, que tenía por nombre “Navia”, de ahí toma su nombre, luego en el año 1992.

Los primos eramos menores, yo era la mayor y tenía alrededor de 12 años, cuando llegaron a vivir a Santiago. En edad me seguía Claudia con dos años menos, luego Sandra, que no recuerdo bien su edad, pero debe tener una diferencia de 3 años con su hermana mayor, y finalmente el menor es Hernán, que era bien chiquito para entonces. Era bonito ir para allá, su casa estaba ubicada en un recinto cerrado y protegido, con grandes espacios para jugar y divertirnos. Jugábamos además con los vecinos amigos de mis primos. Para mi que como hija única, no tenía compañía para jugar, era muy agradable. Todo comenzaba con la llegada y las conversaciones de los adultos, mientras los niños jugábamos dentro de la casa, esperando la hora del almuerzo. Luego de terminar el almuerzo, teníamos permiso para salir a jugar fuera de la casa, en los jardines o el terreno amplio que estaba a un costado de la población formada por una cantidad de casas que rodeaban una plaza central de forma rectangular, que tenía juegos y bancas, especialmente diseñadas para compartir en familia y juegos infantiles.

Después de varios años, mi tío fue destinado al norte de Chile, específicamente a la ciudad de La Serena y tuvieron que cambiarse, quedamos solos los 4 nuevamente, mi tía Lola (la hermana mayor), su marido, mi madre y yo. Los domingos volvieron a ser en casa, viendo tv o escuchando música y leyendo. Tengo lindos recuerdos del trato que me daban mi tía Ana y su marido, Hernán. Con él pude conversar telefónicamente en momentos en que su salud se deterioró y mi prima Claudia, lo acompañó y cuidó. Le agradecí sus atenciones y le expresé que siempre le he recordado con mucho cariño y que para mi es muy importante el recuerdo que guardo de él. Se emocionó mucho y logré escuchar un sollozo del otro lado del teléfono y luego mi prima tomó el teléfono para agradecerme a mi, ese llamado a su padre. Poco tiempo después, mi tío se fue. Para entonces, la familia de mi tía Ana, ya se había ido a vivir a Rapa Nui, y mi prima Claudia había viajado al continente únicamente a cuidarlo.

La comunicación hacia y desde la isla aun en estos tiempos de modernidad, resulta difícil y fallan las señales de celular habitualmente, por lo que el contacto cercano que teníamos se fue distanciando y acostumbrándonos también a eso. Pasaron 10 años y ya por mi parte, me había resignado a que no volvería a ver a mi tía, que ella partiría estando en Rapa Nui. Mi madre en silencio estaba aceptando la misma idea, la llamaba y conversaban hasta que la conexión lo permitía. Mi tía tuvo varias complicaciones de salud en el último año, cirugía y una infección grave en una herida de una de sus piernas. Lo que más nos hacía pensar que podía estar cercana en cualquier momento su partida, y no podríamos despedirnos siquiera.

Como la vida siempre nos sorprende y por sobretodo, Dios me quiere mucho… Mi tía está en el continente desde agosto de este año. Nos visitó al día siguiente del cumpleaños de mi madre. Ambas pudieron finalmente abrazarse, solo quedan ellas de los cuatro hijos que tuvieron mis abuelos. Por estos días, esta es la segunda vez que se queda a alojar en mi casa durante una semana, porque está viviendo con dos de sus nietos que viven en la Estación Central, una antigua casa que fue de ella, hace varios años y que terminó por venderle al padre de sus nietos menores. Como los chicos deben viajar por temas de trabajo, ella quedaría sola y no está en condiciones para eso.

Esta convivencia, nos ha unido mucho, hemos podido conversar y ha resultado que tenemos demasiadas similitudes, pensamos igual referente a varios temas, reaccionamos igual a muchas otras cosas, nos gusta la lectura a ambas, tenemos una búsqueda en lo espiritual intensa, ambas. Nos gusta leer los mismos libros. Ha quedado maravillada con los libros que tengo, y se ha devorado algunos, en los días que ha estado en casa. Le presté algúnos para que se llevara, el día que regresó a casa de sus nietos y, ahora que está de regreso, le regalé dos libros nuevos de Metafísica, que ella no ha leído. Esos son los libros más importantes para mi, son los que me abrieron el mundo a cómo lo veía yo, los que me hicieron click en la búsqueda que tengo desde muy joven. Se tratan de los libros de Cony Méndez, la escritora venezolana cuya única misión en su paso por este planeta, fue la enseñanza de esa ciencia. Escribió y divulgó la metafísica y estoy segura, que a ella también le harán mucho sentido cuando los lea.

Como no todo puede ser perfecto, está con un problema de visión, producto de un derrame, es decir una trombosis ocular, y para lo que debe realizarse lo más pronto posible un tratamiento, con un procedimiento que es bastante delicado, y que hoy existe la alternativa de realizarlo con láser. El próximo viernes, tiene una consulta con un oftalmólogo para tener una segunda opinión, con respecto al diagnóstico que le entregó el primer oftalmólogo al que consultó. Dios mediante, podrá tratarse y detener el avance del daño que está provocando el coágulo que quedó en uno de sus ojos.

Resulta sorprendente que tanto ella, como mi tía Lola y mi madre, han sufrido de problemas en los ojos, y que han dañado su visión. Mi tía Lola prácticamente no veía nada en los últimos años de vida, lo que también la privó de disfrutar de la lectura. Mi madre tiene miopía y además, la retina perforada en uno de sus ojos. Eso me hace temer un poco que eso también pueda sucederme en un futuro.

Durante la primera estancia en mi casa de la tía Ana, pudimos compartir con sus nietos Mael y Iaco, hijos de mi prima Claudia, conocimos a su bisnieta Florencia, hija de Mael. Fue lindo descubrir que tengo dos primos que además, de ser lindos, son excelentes personas y muy simpáticos. Pasamos varias tardes conversando y conociéndonos. Agradecí al universo, por ese regalo inesperado para todos nosostros.

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Mi cuerpo hablaba y yo no tenía oídos

Es real que cuando callamos y no expresamos nuestros sentimientos, es el cuerpo quien termina hablando por nosotros, nos habla a nosotros mismos para que actuemos. Todo tiene directa relación con nuestras emociones, que lamentablemente, generalmente postergamos, las guardamos y no dejamos evidenciar a nadie, ni a nosotros mismos que estamos experimentando una emoción.

Por años sentí dolor en diferentes partes de mi cuerpo, pero por el periodo por el que estaba pasando, nunca me di tiempo, ni me detuve a observarme y poner atención en mí. Primero, estaban mis hijos, sus necesidades, tener dinero suficiente para pagar las cuentas y para comprarle a mis hijos todo aquello que necesitaran. Estaba casada y mi marido si bien tuvo periodos de bonanza en su trabajo, esto había decaído mucho y los ingresos iban en baja cada vez más. Estaba trabajando como marroquinero y la demanda iba en bajada. Por lo tanto, había que hacer lo necesario para mantener la casa y procurar una buena crianza de mis dos hijos.

Con la seguridad de que las incomodidades que tenía eran producto de la venidera menopausia, seguí hacia adelante y poniendo el hombro en todo. Ayudando a mis amigos a pasar sus crisis existenciales, a aclarar sus pensamientos, ingeniando soluciones a sus problemas, poniendo oído a sus angustias, resolviendo todo lo que acontecía en casa. Al poco tiempo, mi marido quedó sin trabajo, y me vi obligada a buscar un segundo ingreso. Conseguí otro puesto de trabajo, lo que hacía que mi jornada de trabajo se extendiera de las 08:00 de la mañana hasta las 10:30 u 11:00 de la noche. Llegaba a casa y lo único que quería era mi cama, hasta el apetito se había esfumado. Así pasé muchos años, y casi sin darme cuenta, sentí que mi cuerpo ya no daba más. Dormía entre dos horas y media o tres horas, cuando tenía una buena noche, dormía 5 horas.

Me costaba mucho levantarme, me dolía cada parte de mi cuerpo y sentía que no despertaba hasta estar bajo la ducha. Luego de eso, me daba fuerzas y comenzaba mi rutina. No había cabida para dejar de trabajar o permitirme faltar a mi trabajo, ni siquiera un día. Ni siquiera me resfriaba, ni eso me permitía.

Un día se intensificaron demasiado los dolores a mis caderas, el dolor del cuello era día y noche. Entonces, llegué a la conclusión que mi problema era que tenía Artrosis, porque supuse que la había heredado de mi madre, que sufre de artrosis en las rodillas, entonces conseguí hora con un Reumatólogo, para que me ayudara con los dolores, porque sabía que eso no tiene cura, pero necesitaba seguir trabajando, mis hijos aun eran menores y debían terminar su enseñanza media, para posteriormente entrar a estudiar alguna carrera en la universidad. Eso les permitiría tener una mejor vida que la de sus padres.

El día de la consulta con el doctor, le expliqué la gran mayoría de mis molestias, también la situación de mi madre, y que por ende seguramente también yo padecía artrosis. El doctor pidió algunos exámenes como siempre, y me citó para unos días más. Cuando regresé con los exámenes y luego de leerlos atentamente, procedió a examinarme físicamente. Después de varios minutos, se incorpora y mirándome a los ojos, me dice que yo no tengo Artrosis, (uf, que alivio), que lo que tengo se llama Fibromialgia… (¡Plop!) No entendía nada, ¿cómo era posible semejante cosa?, yo sufría de fibromialgia… El doctor comenzó a explicarme el largo camino que tendría que recorrer, y la seguidilla de medicamentos que me esperaban por el resto de mi vida. Extendió una receta con tres medicamentos, para comenzar con “mi tratamiento”. Salí completamente aturdida de la consulta de ese doctor. Él era el especialista indicado, además, tenía un gran conocimiento en fibromialgia, era de los pocos reumatólogos en Santiago, que se especializaba en esa enfermedad, por lo tanto, yo debía acatar y someterme.

Compré la receta y procedí a comenzar a medicarme. Al despertar al día siguiente, no lo podía creer, esa noche había dormido 6 horas de corrido y el dolor en los hombros había cedido un poco. Convencida que era lo correcto, obedecí las instrucciones por una semana más o menos. Pero había algo a lo que yo no estaba dispuesta, por ninguna razón. El hecho que el diagnóstico de Fibromialgia es lapidario, te sentencia a una condena de por vida, de sufrir los dolores de la Fibromialgia. Me negaba rotundamente a que eso fuera mi futuro.  Fue entonces, cuando comencé mi búsqueda, comencé a buscar información al respecto, di con libros del tema, organizaciones de atención a pacientes con fibromialgia, asistí a muchas charlas, fui a centros donde acudían los pacientes en búsqueda de ayuda para sobrellevar de mejor manera esta condena. La gran mayoría eran mujeres, mujeres de todas las edades, la más joven que conocí, recién cumplía 20 años y llevaba cerca de 6 años con el diagnóstico. Su hermano se había hecho experto en el cultivo hogareño de cannabis, y aprendió a fabricar aceite de cannabis, con lo que ella había logrado levantarse de su cama, después de más de un año, sin poder moverse, y por ende de no salir de su casa. También había mujeres mayores, que llevaban toda una vida con dolores, y que además acusaban un dolor en el alma, por la falta de comprensión de la familia y los amigos. Sin poder desarrollarse profesionalmente, porque la enfermedad es totalmente invalidante. Muchas de ellas, aisladas y viviendo en soledad esta enfermedad.

Comencé a leer ávidamente todo lo que encontraba referente al tema de la Fibromialgia, aprendí y comprendí muchas cosas. Fue un proceso lento, me fui examinando, me fui conociendo a través de las lecturas, me fui analizando, observando mis actos, mis reacciones a lo vivido, mis pensamientos, mis sentimientos. Sabía en mi interior, que esta enfermedad llegaba a mi “por algo” y que la pregunta que debía hacerme, no era ¿porqué a mí? Sino que la pregunta correcta era, ¿Para qué?

Me di cuenta que mis acciones y mi manera de enfrentar la vida y los hechos que me pasaban, eran las razones para encontrarme en esta situación. Mi meta era por sobre todo, eliminar la fibromialgia de mi cuerpo, y primero había que sacarla de mi mente. La psicóloga insistía en que debía aceptar la enfermedad y asumirla, me negaba cada vez a eso. Estaba decidida a sacarla por completo de mí. Si la aceptaba, era aceptar también una condena de por vida.

Viví procesos dolorosos de enfrentarme a mis errores, durante meses seguía leyendo sobre casos de otras personas que también sufrían la enfermedad, sin resultados positivos, dolores totalmente invalidantes, situaciones de soledad y abandono por que la familia, no comprendía como era posible que los dolores no se fueran ni siquiera con la prescripción de analgésicos potentes. Paralelamente, yo revisaba toda mi vida, desde los primeros recuerdos que tenía, analizaba cada experiencia y trataba de recordar como lo había enfrentado, qué había sentido en esos momentos. 

El optimismo siempre ha estado en mí, para enfrentar cualquier situación, siempre he pensado que “Dios me quiere mucho”, por lo tanto, lo malo que esté viviendo, pronto pasará y tendré una solución que me favorezca. Así es que en todos los recuerdos, siempre aparecía ese momento en que interiormente estaba segura, que nada malo podría quedarse en mi vida, porque Dios enviaría una buena solución y pronto. Esa misma seguridad, afloraba ahora, y sabía que encontraría la manera de liberarme de la Fibromialgia.

Comencé a corregir mis acciones, mis prioridades, a eliminar ciertas cosas, ciertos hechos, vi con mayor claridad que una de las soluciones que necesitaba, era separarme, dar por terminado físicamente, un matrimonio que había dado por terminado hacía años en la práctica, pero que por comodidad tal vez, no había sido más firme en definitivamente separarnos. La primera noche en que me acosté sola en mi cama, porque mi ex marido ya se había ido, me dormí a las 9:00 de la noche y desperté a las 7:00 de la mañana del día siguiente. Dormí muchas horas y desperté aliviada, con una grata sensación.

Comencé a alejarme de amistades que en realidad no eran tal, que no eran un aporte para mi, aquellas amistades que en realidad solo se acercaban a mi, cuando necesitaban algo. Eso fue doloroso, producto de un profundo análisis que me tomó varias semanas. Fue como revivir muchos hechos de mi vida y volver a sentir la tristeza que me causaron, pero además, esta vez veía que tenía que hacer grandes cambios en mis relaciones sociales. Me fui quedando más sola tal vez, pero más en paz también. Los amigos que conservé son en realidad los reales amigos, esa familia que es la que formamos por lazos de amor, de cariño, de verdadero interés en la otra persona.

El primer indicio de que no eran amigos reales, fue cuando al prestarles dinero a un par de mis amigos, se desentendieron y luego afirmaron haberme pagado, cuando en el fondo, tanto ellos como yo, sabíamos que no era verídico. Tuve que enfrentar una deuda que no era mía, y pagarla con dinero que prácticamente no tenía, en un momento en que mi marido había perdido el trabajo, por lo que me costó más aun pagar. Además, de todo lo que ya me hacia cargo, tuve que hacerme cargo de pagar un dinero que no me correspondía. La justicia se la dejé al universo, di la plata por perdida y por supuesto, a los amigos también. Seguí mi camino. Poco tiempo después he visto como la vida o el universo se ha hecho cargo de hacer justicia, no me alegro por ello, pero observo a distancia que la vida si es justa, solo que no siempre sabemos el trasfondo de algunos hechos.

Comencé a adoptar la frase sabía que dice “si no aporta, que no estorbe”. Me deshice de cosas materiales acumuladas en mi casa, eso también me hacía acumular recuerdos del pasado. Para entonces, ya había aprendido que no debemos rememorar el pasado, porque trae sentimientos que no nos dejan disfrutar del presente. Hay otra frase que aprendí que dice, “exceso de pasado en nuestras vidas, es depresión, exceso de preocupación por el futuro, significa ansiedad”.

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El peligro de la inocencia

El tiempo que asistí a ese pequeño pero cálido colegio durante mis primeros años de escolar, fue grato en general, aunque tengo recuerdos de sentirme un tanto intimidada por mi profesora. Era una mujer joven y soltera, pero era más bien tosca con los niños, no generé un vínculo muy afectivo con ella, y eso es algo que generalmente se da en los niños pequeños, porque se sienten protegidos por su primer profesor, es quien finalmente te marca y enseña los primeros hábitos, junto a la formación que recibe el niño de parte de su familia. El profesor, nos entrega esa sensación de sentirnos acogidos, cobijados de cierta manera al separnos de nuestra familia. Eso que hoy viven y sienten los niños en el Jardín infantil. Esa relación se vuelve muy importante, porque será la motivación finalmente, para sentirse atraído por ir cada día al jardín y abandonar la calidez del hogar, porque en el jardín además, hará los primeros amigos, se sentirá parte de un grupo diferente a la familia.

Los bonitos recuerdos que tengo de mi primer colegio, son con mis compañeros de diferentes edades, porque como relaté anteriormente, éramos poquitos por cada grupo curso, y compartíamos la misma sala. En los recreos estábamos todos juntos después que pasabas a primer año, al kinder se le excluía de los juegos con el resto, por lo tanto los recreos eran en tiempos en que los otros cursos estaban en clases la mayor parte de las veces.

Los juegos eran compartidos y lo que más me gustaba, era ir a la cancha de fútbol que se ubicaba en la parte trasera del patio. Ahí todos éramos iguales, y formábamos partidos de futbol con los diferentes cursos. Claro, no existía alternativa de poder jugar un partido, si no lo hacíamos de esa forma. Por cada curso, no eramos más de 5 o 6 alumnos, incluso menos en algunos.

También hubo un episodio bien grave, pero no fui consciente de ello en ese momento. Estando en primero básico, como siempre durante el recreo estaba en el sector de la cancha y de pronto sentí deseos de ir hacia el primer patio y comencé a caminar bajo los árboles y su fresca sombra. Luego de un momento me pareció escuchar unos gritos, pero no identifiqué de donde venían, puse atención y volví a escuchar gritos pidiendo ayuda, comencé a buscar y finalmente me acerqué a los baños, ahí estaba una de mis compañeras, y uno de los compañeros más grande. Ella estaba muy asustada, lloraba y mi compañero la acorralaba contra un muro, atiné a gritarle que la dejara, y salí corriendo a pedir ayuda, llegué a la oficina donde estaban mi profesora y el Director del colegio, y relaté lo que vi. Ellos salieron rápidamente hacia el baño y ayudaron a la niña. Recuerdo que ella tenía su delantal en las manos al salir del baño, aterrada y llorando. Mi compañero se lo había tironeado y terminó por sacárselo en el forcejeo que habían tenido. Desde entonces, nunca más nos dejaron durante el recreo sin supervisión de ambos profesores y el compañero fue expulsado del colegio.

Este episodio sería contado a mi madre ese día, cuando me fue a retirar. A mi solo se me explicó que había ayudado mucho a mi compañera, y que estuvo muy bien lo que hice.

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Dios me quiere mucho

Esta es una frase que es muy habitual en mi, y algo que siento desde niña. Recuerdo que siendo muy pequeña, sentía que yo tenía una conexión especial con “Dios”, que él escuchaba mis peticiones y que mi vida era muy agradable. Había ocasiones en que mi madre me pedía que le pidiera en mis oraciones al “tata Dios” algo que ella necesitaba, podía ser un nuevo trabajo, que le pagaran una deuda o que le resultara algún proyecto que tenía pensado. Ella me decía que Dios escuchaba más a los niños, y que había más probabilidades que se cumpliera lo que yo le pedía. Con eso se acentuaba mi sensación de cercanía con Dios, me sentía especial.

Tuve momentos especiales, como cuando extraviaba algo mío, si me saltaba el corazón, era porque ya lo había perdido y no lo encontraría, en cambio si no sentía eso, era porque el objeto iba a aparecer. Estaba convencida que era “Dios” comunicándome que no lo perdería. Siempre se cumplía esa condición, hasta que fui bastante grande, durante la enseñanza básica. Entonces fue cuando yo decía – Es que Dios me quiere mucho -, con la seguridad absoluta de que así era.

En la medida que fui creciendo, fui utilizando esta frase, porque luego comparaba inevitablemente mi vida, mis condiciones de vida, con la situación de mis compañeras de colegio, aunque mi familia no tenía mucho dinero, yo disfrutaba de una buena vida, no me faltaba alimento, ni cariño, ni cuidados. Tenía muchas compañeras en que su situación era mucho peor que la mía. Fui viendo que algunas de ellas, los únicos alimentos que comían eran los que les entregaban en el colegio, la leche a media mañana y luego el almuerzo. Teníamos jornada única en esos años, es decir, la entrada era a las 08:00 de la mañana y salíamos cerca de las 13:00 hrs. y muchas compañeras, tenían que pasar al comedor antes de irse a casa. Sería la única comida abundante que comerían en todo el día, luego en casa, en la tarde sería un té con un pan con margarina, y nada más hasta el día siguiente. Ni pensar en tener una colación enviada desde la casa, para comer en los recreos.

Siempre sentí que a mi no me pasaría nada malo, nada que me hiciera sufrir o alguna tragedia, como un accidente en la calle o en mi casa, porque “Dios me quiere mucho”, aunque los peligros estuvieran cerca mío, finalmente, siempre escaparía con bien y nada me sucedería, porque Dios nunca lo iba a permitir, él siempre estaría cuidándome de alguna forma para evitar cualquier daño mayor.

Si bien, nunca he sido parte o miembro de alguna religión en específico, siempre he tenido mucha fe en “Dios”. Con el tiempo mi figura de ese ser superior fue cambiando, en la medida que fui aprendiendo de metafísica. Hoy lo veo como las energías del universo, de las que yo formo parte como alma encarnada. Creo en las energías positivas y en las negativas, y en el poder que ejercen sobre nosotros como seres humanos. Creo en que debemos protegernos y alejarnos de las malas energías, para mantenernos a salvo.

Hoy puedo comparar mis condiciones de vida, con otras personas, y soy mucho más consciente de que soy una persona privilegiada y bendecida por Dios o por el universo, como le quieras llamar.

Cada vez que tengo una dificultad y que pareciera que no resultará bien, pienso y recuerdo mi sentimiento para con Dios y pareciera que todo se soluciona milagrosamente.

Por eso este libro tiene como título “Dios me quiere mucho” porque es una frase que me identifica y que mi hija ha terminado adoptando como suya también.

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Inicio de la etapa escolar

Al ingresar al colegio Carlos Condell, me sentía muy extraña, yo poco había socializado con otros niños en los 5 años de vida que tenía. Pasaba como la gran mayoría de los niños a esa edad, de estar calentita y protegida en mi hogar, a tener que relacionarme con otros niños que tenían costumbres y hábitos muy diferentes a los míos. Ahora había dos adultos de quienes no sabía nada, que tenían autoridad sobre mi, y que se esperaba yo respetara y obedeciera siempre. Sentía que esos adultos, no eran tan cálidos, ni agradables como era mi familia. Estaba acostumbrada a grandes atenciones, a ser el centro de la familia, a que siempre se procurara que yo recibiera lo mejor y sin mayor esfuerzo de mi parte.

Recuerdo que el primer día, no quería separarme de mi madre y comencé a llorar cuando me di cuenta que ella se iría. Ese sentimiento de soledad y abandono fue terrible para mi y se repitió al día siguiente. Ese día conocí la angustiante sensación de temor y desprotección, el sentirme separada de mi madre. Esto motivó que el Sr. Herrera ideara una estrategia para que yo no me asustara cuando mi madre se iba a casa. Él simulaba que la llamaba a reunirse con él, en su oficina. De ese modo yo me quedaba en la sala con mi profesora, y mi madre se podía ir del colegio sin mayores dramas de mi parte. Así fueron pasando los días y yo me fui habituando a quedarme en ese lugar tan inhóspito para mi.

Mi madre era cariñosa, mi tía lo mismo, muy preocupada siempre de mis necesidades, mi tío también. Y en este colegio había normas que yo no sabía, me intimidaba un poco así es que me limitaba a obedecer. Mi problema recuerdo, era que en un comienzo olvidaba las “tareas” o los deberes, y llegaba al día siguiente sin haber hecho lo encomendado. Pero pronto adquirí el hábito de llegar a casa y luego de comer, ponerme a hacer lo que había enviado la profesora para desarrollarlo en casa y evitar ser reprendida al día siguiente, por no llevar la tarea hecha.

Luego de unos días había hecho una amiga, su nombre era Myriam, una niña delgada como yo, de pelo largo el que siempre llevaba atado en una cola. Tengo que mencionar que yo era más bien tímida y retraída con los extraño, pero con ella sentí cierta afinidad al verla. En los recreos nos ubicábamos juntas en un sector del patio, a comer nuestras colaciones, lo que yo esperaba con ansias, ya que en mi casa estaba acostumbrada a estar comiendo constantemente y aquí, tenía que esperar los recreos para hacerlo. La profesora nos decía que para comer la colación, era mejor hacerlo sentados en la sala, y luego salir al patio. Como eramos pocos niños, la dinámica era que los más grandes jugaban casi siempre todos juntos a juegos como la pinta, el pillarse, el tombo (con una pelota) y también se jugaba en parejas a juegos de manos con cánticos que ya no recuerdo mucho. Los niños de los cursos grandes, armaban siempre una pichanga en la cancha y a mi me entretenía mucho mirar como eso se desarrollaba. Admiraba la habilidad que tenían para correr al mismo tiempo que movían la pelota con los pies, para ir avanzando en la cancha hacia el terreno contrario.

Por el lado académico, demostraba sin darme cuenta, que tenía habilidades para aprender rápidamente, y mis tareas eran calificadas con la mejor nota, cosa que comenzó a gustarme sobremanera y a hacerme sentir muy bien. Mi madre en las reuniones de apoderados, era felicitada por mis notas y mi comportamiento, la hacía sentir feliz y orgullosa de mi. Esto era muy comentado con nuestros familiares, amigos y cercanos.

Para mis cinco años era más alta de lo habitual, y eso confundía a algunos de mis compañeros nuevos, que creían que era más grande. En Kinder no se nos permitía jugar con los niños de cursos superiores y al verme, los niños no imaginaban que estaba recién entrando al colegio y trataban de interactuar conmigo, pero la atenta mirada de mi profesora, lo impedía.

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Mi primer colegio – Carlos Condell

El tiempo pasa rápido y a poco tiempo de haber llegado a mi familia, un tanto no típica, formada por mi madre, mi tía Lola y su marido, (para entonces ya tenía a mi Terry, mi perrito). Llegaba el momento de que ingresara a un colegio, en diciembre 1970 había cumplido 5 años y debía ingresar a Kinder al año siguiente. Así es que mi madre, se dió a la tarea de ubicar un buen colegio en el sector de la Plaza Chacabuco, el mejor evaluado era el Santa María de Cervellón, que está aun ubicado en la Calle Independencia, y quedaba como a 4 cuadras de la casa.

Imagen exterior – Colegio Carlos Condell

Recuerdo que en algún momento, mi madre me comenta que quería ponerme en ese colegio y que era un colegio religioso católico, donde las docentes en su mayoría eran monjas. Cosa que a mi me generó un gran rechazo, no me inspiraban confianza las monjas. El solo hecho de imaginarme cerca de una de ellas, me incomodaba mucho y atemorizaba en realidad. Le respondí que no quería, que yo no pensaba ir a un colegio de monjas. Mi respuesta causó sorpresa en todos, pero en mi madre sobretodo. Ella sintió que era tan grande mi convicción y seguridad al enfatizar mi negación a educarme ahí que, lo aceptó y me dijo que estaba bien, que si no quería, entonces no me matricularía ahí y no tendría que hacerlo.

La búsqueda en el sector continuó, en ese tiempo los colegios eran de dos tipos, particulares donde se debía pagar matrícula y luego mensualidad, y los otros colegios eran los fiscales, donde no se pagaba. Cómo siempre quisieron lo mejor para mi, la idea es que fuera a un colegio particular, y ese fue el enfoque en la búsqueda. Finalmente de barajar algunos, la decisión tomada fue que ingresara al Colegio Carlos Condell, un colegio mixto que estaba ubicado en la calle General Saavedra, como a una cuadra de la calle Independencia. Era un colegio muy pequeño con un curso por nivel, por lo que la educación era bastante personalizada, por así decirlo.

Tenía ansias por entrar al colegio, recuerdo que como anticipación a ello, me compraron un set pequeñito de un diccionario Sopena pequeñito, con tapa celeste, un lápiz mina y una goma de borrar. Quería que el tiempo pasara pronto y entrar al colegio, para entonces yo ya jugaba a escribir y hacía líneas en un cuaderno, y luego simulaba leer lo escrito e iba inventando una historia en el mismo momento. Esas historias se las iba a “leer” a los Carabineros de la 5° Comisaría, ubicada a una cuadra de mi casa en la calle Hipódromo Chile.

Las clases eran impartidas en dos grandes salas, donde los bancos se ubicaban por fila, y cada fila era un curso. Una de las salas de clases, la más amplia, estaba a cargo de una profesora, su nombre era Margarita (le gustaba que le llamaran Srta. Maggie), una mujer joven delgada, de pelo negro y tes blanca, quien era sobrina del Director, el Sr. Herrera, no recuerdo su nombre de pila, un hombre ya bien adulto, con canas, de voz potente, delgado, pero muy cálido en el trato con los alumnos a pesar de ser firme y de imponer al orden a todos. El Sr. Herrera atendía tres niveles, de 4° a 6° básico, y la Srta. Maggie, de kinder a 3° básico.

Fue un muy buen colegio para mi, la educación era buena y como estábamos tres niveles o cursos juntos, era imposible no absorver o escuchar lo enseñado a los demás cursos, distintos al propio.

Durante los recreos los más pequeños no teníamos permitido ir hacia la cancha de fútbol que tenía el recinto, solo debíamos quedarnos en el patio común, que era como un jardín con algunos árboles y pocas bancas de madera, pintadas de color blanco. Cuando ya fui creciendo, no hacíamos mucho caso de no juntarnos con “los más grandes” y jugábamos todos juntos. Me gustaba ser parte de los partidos de fútbol mixto que se armaban en los recreos. Al inicio de la semana, como era costumbre entonces, entonábamos el Himno nacional, pero también cada lunes, cantábamos “Río Río”, que era cantada y popular por el grupo Los Huasos Quincheros en las radios. Cada vez que escucho esa canción, viajo a esos años y veo la imagen del Sr. Herrera con un abrigo grueso de color negro, dirigiendo el coro que formábamos todos sus alumnos, formados ordenadamente en el patio antes de entrar a clases. Siempre me he preguntado si mis compañeros de ese tiempo, recordarán como yo y con el mismo cariño a ese profesor.

Los recreos eran para comer la “colación”, ni pensar en un kiosco con venta de comida chatarra y dulces en el patio, en esos años. Cada uno llevaba un sandwich o fruta desde la casa. A mi me pelaban y picaban en trozos una manzana, la que llevaba en una bolsa plástica transparente parecida a las bolsas ziploc de hoy. Me comía con tantas ganas esa manzana, pero también lentamente para saborearla, siempre he comido lento.

Son lindos recuerdos para mi, ese tiempo, fue donde hice mi primeros amigos y compañeros de juegos. Era un colegio mixto, por lo que la interacción eran con niños y niñas, eso facilita la socialización de los más pequeños. Luego me cambiarían de colegio en 4° básico.

Viví mi primer amor platónico en ese colegio, con apenas 6 o 7 años me gustaba un niño de un curso de “los más grandes”, no recuerdo en que curso iba, si recuerdo su nombre, Omar, debe haber tenido unos 12 años, como era vecino del barrio, lo veía también cuando transitábamos por el barrio, por las calles o en el centro comunitario del sector, que era donde ibamos al Centro de madres.

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La importancia de mi Terry

Terry fue un perrito muy especial para mi, que hasta el día de hoy me provoca mucha tristeza no tenerlo conmigo, era un mestizo de color blanco con manchas café oscuro, de tamaño mediano. Llegó a casa un 02 de febrero cuando yo debo haber tenido 4 años, porque aun no iba al colegio y eso fue cuando cumplí 5 años. Me lo trajo mi tío Enrique, el hermano de crianza de mi madre y mi tía Lola. Luego que mi gatito partió al cielo de los gatitos producto de una enfermedad desconocida para entonces, insistí mucho en que quería un perrito y finalmente llega mi Terry, quien se transformó en mi compañero de juegos.

A él no le agradaban los niños, se volvía agresivo ante la presencia de cualquier niño en la casa, a excepción de mi. Terry era un bebé de dos meses y dormía con nosotros en la cama. A los pocos días de su llegada a la casa, con mi madre nos fuimos de vacaciones a Huasco, donde vivía su otra hermana, Ana, quien estaba casada con un ingeniero de nombre Hernán, que trabajaba en la Endesa ubicada en Huasco, en el norte de Chile. Ese matrimonio tenía 2 hijas que eran mis primas, Ana Claudia y Sandra, ambas menores que yo. Tiempo después de eso, nace Hernán.

Pasamos allá al menos tres semanas y al regreso a Santiago, Terry estaba ubicado en la parte techada del patio, con una casa especialmente acondicionada para él, preparada por Carlos, el marido de mi tía. la casita lo protegía del frío y de la lluvia. Mi tía no concebía que los perros vivieran dentro de la casa.

Cómo mi Terry estaba en el patio, pues entonces, ese comenzó a ser nuestro lugar común, pasábamos la mayor parte del tiempo juntos, ya que mis días eran solo llenos de juegos, al cuidado de mi tía que permanecía en casa. En Chile comenzaban tiempos difíciles. En el patio había un amplio parrón con uva rosada y uva blanca, la que yo acostumbraba a comer a diario, mientras jugaba. Le enseñé a Terry a comer uva, ya que le compartía lo que yo comía. Recuerdo que cuando me compraban algún helado en el local ubicado en la Plaza Chacabuco a una cuadra de nuestra casa, siempre quería irme rápidamente para alcanzar a compartirle mi helado a mi Terry, el que se devoraba con un ágil movimiento de su rabito, ya que no tenía colita, como en símbolo de agradecimiento. Todo lo que yo comía, también lo probaba mi Terry.

Terry se acostumbró a ubicarse bajo el parrón y a mordisquear los racimos cuando yo bajaba alguna guía hasta su altura, para que ambos pudiéramos disfrutar de su dulzura y textura. Poco a poco ese perrito, se transformó en mi compañía y soporte emocional, sin darme cuenta ni saberlo. Él me enseñó a ver que tras esos ojitos café rojizos había un ser sintiente y que parecía comprenderme más allá de los adultos con los cuales yo crecía, inmersos en sus preocupaciones y carencias económicas, producto de los bajos ingresos conseguidos. Tenía conversaciones con mi perrito, era mi compañero, fuimos creciendo juntos y eso generó un tremendo vínculo entre ambos. Su mirada era diferente, sentía que él se comunicaba conmigo, que comprendía mis palabras, era inmensamente paciente conmigo.

Mi madre y mi tía no habían logrado siquiera terminar la enseñanza básica, lo mismo el marido de mi tía Lola, que venía del sur. Él había conseguido un puesto de trabajo en una fábrica de loza llamada Rosenthal, que recuerdo estaba ubicada en la comuna de Puente Alto, en ese tiempo esa comuna era muy lejana, había que cruzar por zonas campestres para llegar hasta allá.

Mi familia procuraba tener una buena alimentación, se le daba mucha importancia a eso, y se cuidaba especialmente lo que yo iba a comer a diario, debía ser variada y nutritiva, una vez a la semana, pescado, carnes, legumbres, acompañadas de verduras y por supuesto, mucha fruta. Eso era lo primordial para mi tía, quien se hacía cargo de preparar todo lo que comíamos a diario.

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Mi sentimiento de incomprensión y de no ser querida

Por supuesto que no he sido, ni seré lamentablemente, la única niña que ha sentido que no la comprenden y que tiene un tremendo sentimiento de soledad en su infancia. En ese tiempo, no era completamente conciente de ese sentimiento, pero estaba conciente que sentía que nadie me entendía ni me comprendía, estaba acompañada solo por adultos, que tampoco habían tenido una bonita infancia, si no que habían vivido carencias físicas y emocionales y no sabían como tratar a una niña. Procuraban cuidados y darme todo lo que necesitara para mi desarrollo, una buena alimentación por sobretodo, pero no había conciencia de la otra parte importante en el desarrollo de un niño, la parte afectiva.

Mi tía era la más cariñosa y la más sensible a mis requerimientos, pero yo era la hija única de una madre que debía salir a trabajar a diario y me quedaba en casa con esta tía, hermana mayor de mi madre. Era ella quien se encargaba del cuidado de la casa y de mi. No era sencillo en ese tiempo, conseguir mercadería y todo lo necesario para la mantención de una casa.

Mi mundo era jugar con mi gatito los primeros años, y luego con mi perrito que se llamaba Terry, era un mestizo de mediano tamaño de color blanco y manchas café oscuro. Ese perrito fue quien me enseñó a darme cuenta que no solo era un perrito, sino que había un ser vivo y sintiente detrás de esos lindos ojitos café rojizos, que con una paciencia infinita me acompañaba durante todo el día y soportaba que lo incluyera en mis juegos. Un perro al que claramente le molestaban los niños, se mostraba agresivo con otros niños que llegaran a la casa. Sin embargo, conmigo era muy paciente y siempre estaba conmigo acompañándome. Llegó un día 02 de febrero, cuando yo apenas tenía 4 años. Me lo trajo mi tío Enrique, un hombre joven que se había criado con mi madre y mi tía en la casa de la madrina que las había recibido luego de quedar huérfanas de madre y a las que ambas consideraban un hermano más. En mayo de 1936 fallece mi abuela, producto de una tuberculósis y dos meses después fallece mi abuelo, producto de un ataque cardiáco.

A una edad tan temprana es imposible darse cuenta que mi madre llegaba en las tardes cansada después de haber trabajado, y yo demandaba su atención. En muchas ocasiones sentí su rechazo y negación a jugar o a estar commigo, y lo interpreté como falta de amor hacia mi. Entonces eso fue generando un vacío en mi, porque no podía entender con apenas 3 o 4 años, porque ella no quería estar conmigo después de llegar a la casa. Esperaba todo el día como los animalitos, a que cuando ella llegara me abrazara y me diera un beso expresándome que me había extrañado, tanto como yo a ella, que quisiera estar conmigo un ratito y jugar juntas.

Mi madre actuaba de manera un tanto agresiva conmigo, generalmente estaba de mal humor y me retaba por cualquier motivo, eso generaba algunas discusiones entre las hermanas, y en mi fue creciendo el sentimiento de que mi madre no me quería, no lo expresé nunca, pero fue calando hondo en mi interior.

Para esos años, la situación económica era muy complicada en Chile, eran tiempos muy difíciles, gobernaba Salvador Allende y todo estaba convulsionado. Por otro lado, mi padre había desaparecido por completo y no había ayuda económica, ni apoyo moral por su parte hacia mi madre. Era ella quien debía proveer lo necesario para mi alimentación, vestuario y otras necesadades, además de las afectivas. Además, también debía aportar para el pago del arriendo de la casa en que estábamos viviendo con mi tía y su marido. Su situación no era nada fácil, aunque yo no tuviera la culpa de nada de eso. Ninguna de las hermanas había logrado terminar ni siquiera la enseñanza básica, por lo que los trabajos a los que accedía mi madre, no alcanzaban un buen ingreso.

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Con los primeros recuerdos de mi infancia, mi mente viaja a la Avda. Matta que fue donde mi madre vivía cuando nací, pero plena conciencia de mi existencia la tengo más en la casa de la Población Lemus, lo que hoy sería en la comuna de Recoleta, pegadita a las faldas del Cerro San Cristóbal.

Me recuerdo en el jardín que era en altura, con varios peldaños para subir y poder llegar a la casa desde la calle, estaba literalmente en las faldas del Cerro San Cristóbal. Había muchas plantas, del interior de la casa no tengo mucho recuerdo, pero me veo jugando en el jardín y en la entrada a la casa. También de quedarme largo rato apoyada en la reja de protección, mirando a la gente que pasaba. Recuerdo a mi tía haciendo aseo, pasando un paño por todo el piso de madera. En ese tiempo era más agradable la sensación, no sentía soledad, ni pena. Más que nada yo jugaba y mi tía me cuidaba, se preocupaba de darme de comer y que no me pasara nada mientras jugaba en el jardín.

Luego cuando nos cambiamos a la casa de Plaza Chacabuco, tengo más noción de las cosas que pasaban en mi familia, había pobreza, los recursos económicos eran limitados. Recuerdo que jugaba en el patio con mi gatito llamado Tigre, que un día enfermó y se fue al cielo, pero no me lo dijeron. Me explicaron que estaba enfermo y lo llevaban al doctor. Los veterninarios no eran muy fáciles de encontrar en esos años y eran carísimos. Así es que mi familia recurrió a un veterinario que atendía en el Hipódromo Chile, (sabía más de caballos) que estaba a una cuadra de la casa. Tenía una linda conexión con mi gato, él se dejaba manipular a mi antojo en los juegos a la casita que yo hacía. Siempre estaba conmigo, era mi compañero de juegos.

Era la única niña de la familia, tenía 4 años cuando llegamos a esa casa, mi madre, mi tía, su marido y yo. En ese tiempo mi madre era más cariñosa, más demostrativa conmigo de cariño, dormíamos en una pieza para ambas, y en el otro dormitorio mi tía y su marido. Me gustaba en invierno, meterme con mi madre a la cama y dormir pegada a su cuerpo, sentir su calor. Así me sentía bien, me daba seguridad y confort, ella me abrazaba. Lo mismo si estábamos en el living, yo me acostaba en el sofá y ponía mis pies sobre sus piernas. Con eso yo era muy feliz, me sentía tan bien, me hacía experimentar una unión con mi madre, me sentía querida y que era importante para ella.

No es fácil crecer para una niña solo con adultos, al menos no lo fue para mi. En el momento no me daba cuenta, pero a medida que crecía experimentaba sentimientos de soledad, comencé a ver que mi familia no era igual a otras familias. Los adultos trataron de protegerme siempre, de que yo me alimentara bien a pesar de las dificultades económicas. La que estaba a cargo de eso, era mi tía quien se quedaba a cargo de la casa y de mi cuidado, mientras mi tío y mi madre, salían a trabajar.

Luego que mi gatito se fue al cielo de los gatitos, después de un breve tiempo, yo sentí deseos de tener un perrito, los veía en la calle y me acercaba a acariciarlos, me sentía atraída por ellos. Así es que trajeron un perrito, el que no permaneció mucho tiempo, porque era muy maldadoso y la ignorancia de mi familia en ese tiempo, no supo manejar esa situación. Hoy veo con dolor eso, porque se lo llevaron y no supe qué pasó con él después. Pero yo insistí en que quería tener otro perrito y finalmente llegó mi perrito Terry, el que me acompañaría por largos años, crecí y me desarrollé mientras él también crecía y envejecía. Fue un apoyo emocional, muy importante para mi.

Tener un compañero de juegos era un apoyo emocional importante para esta niña solitaria de 4 años que era yo. Pasaba todo el día solo con mi tía y ella era muy preocupada de mantener la casa limpia y tener una buena comida para todos, nutritiva y abundante para los cuatro. Luego de hacer las cosas, le gustaba sentarse en la mesa del comedor a resolver puzzles, esa era su actividad diaria. Entonces, yo debía buscar algo en qué pasar el tiempo, para entretenerme, como hija única había aprendido a jugar sola, inconscientemente sentía la carencia de alguna compañía, por eso creo yo, tenía la necesidad de un perrito.

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